sábado, 23 de julio de 2016

Pensamientos

Ayer salí a cenar. Con la tropa. Hacía mucho que no nos veíamos todos -puede que desde Navidad- aquellas reuniones semanales se han ido diluyendo poco a poco, a medida que los acontecimientos se han ido sucediendo, los trabajos han ido cambiando y las parejas han ido fluyendo. No me importa, y si...bueno, en el fondo me importa. Porque de todas las expectativas (¡a santo de qué tuve que nacer con ese afán controlador del mundo!) casi ninguna es la que fue o tuvo que ser. Algunas peores la verdad, pero otras mejores (infinitamente mejores). 

No fue una cena trascendente, más allá de que todos contaron sus próximos viajes veraniegos. Unos cruzarán el charco por primera vez, otros continuarán su vida de pareja en otro país durante unos días, otros simplemente seguirán trabajando surcando los mares. 

Ninguna noticia fue especialmente nueva para mi, pues siempre intento quedar con ellos en "petit comité" -para mi, única forma de saber, de verdad de la buena, cómo está la persona y cómo le va todo (al fin y al cabo, el mismo pudor si no es que más, se siente al desnudar el alma y el cuerpo).

Yo me vi allí, en una cena que organicé yo, porque tenía algo que contar, que de verdad me preocupaba. Y ni estaban todos los que quería, ni era como había inicialmente pensado, ni siquiera el lugar y la hora que a mi me venía mejor. 

Y ahí, pensnado todo esto, en ese momento en que en las reuniones multitudinarias te abstraes de todo y te embebes en tus pensamientos, sonreí. Una sonrisa sutil -espero- y con todo el sentido del mundo. Lo hice porque estaba volviendo a caer exactamente en la misma piedra que la vida me lleva tiempo diciendo que la salte, que la saque de la mochila y siga: el creer que puedo controlarlo todo.

Y es cierto, lleva avisándome de que esa piedra ni es bonita, ni ayuda a llevar la mochila. Me ha "dicho" que deje de pensar que todo es susceptible de quedar bajo control, que los caminos son solo trozos de tierra allanados, y que donde hay maleza hoy, mañana puede haber otra alternativa. 

También me ha hecho ver, que esa frase que tanta rabia me da, y tanto circula por las redes como solución a "todos" los problemas, quizá deba tenerla más en cuenta: "Disfrutar del camino". Aunque claro, irremediablemente empieza mi monólogo interno a decir que si hay camino es que hay un objetivo, y si hay objetivo es porque es lo que te interesa, y que entonces el camino solo es el medio para un fin.

Es entonces cuando los acontecimientos te dan un bofetón psicológico y te hacen ver que la vida es hoy y mañana veremos. Que de qué te sirven objetivos si mañana no estás. Que hay que tenerlos ¡of course!, porque si todo va como tiene que ir, estarás aquí durante muchísimo tiempo y habrá tiempo para todo. Pero, que si ese muchísimo se acorta un poco, quizá sería bueno sentir que el camino ha estado muy bien también. 

Sentirme finita y no infinita (¿a quién se le ocurrió no darme todos los superpoderes de la Superwoman que creo ser?) me ha hecho volver a dar una vuelta de tuerca. Y como ya estábamos metidos en "harina" de crisis existencial...pues alé ¡bienvenida seas finitud! Sabía de tu existencia para conmigo, pero nunca te había sentido.

Y así es como llegamos a la frase...."y cuando tuve todas las respuestas, el universo me cambió todas las preguntas". Pero soy feliz, me gustan las preguntas y más aún encontrarles las respuestas, aunque estas, casi siempre, estén cambiando.

Buena semanita! ;-)

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